jueves, 23 de enero de 2014

“Entre leches…”

Sí, entre leches fue cuando hace unas semanas me encontré a una compañera de colegio, Teresa. Sería mejor decir a una compañera de infancia y adolescencia pues fueron 14 los años que compartimos en las mismas aulas con los mismos profesores, libros, exámenes, recreos, juegos, regañinas, risas, castigos, carreras por los pasillos, nervios, alegrías, logros y fracasos.


En el colegio nos conocimos y allí nos despedimos sin poder imaginar que necesitaríamos  treinta años para volver a vernos y además en el pasillo de las leches de Mercadona, en el mismo barrio donde día tras día habíamos cogido el autobús que nos llevaba y traía del colegio.

La primera alegría fue poder reconocernos, acordarnos de nuestros nombres con apellidos y ubicarnos perfectamente hasta en el sitio que ocupamos durante párvulos, EGB, BUP y COU.

Lo último que supe de Teresa es que había estudiado Farmacia. Era una niña de notas normales, con un alto sentido de la responsabilidad y que sabía mucho de esfuerzo y constancia. Me contó cómo logró meter cabeza en unos laboratorios como ayudante de laboratorio y cómo superó la crisis de los primeros años de los 90 sin que ésta dañara su carrera profesional. Empezó sin cobrar pero al menos aprendía y adquiría conocimientos y experiencia para el currículum. Después obtuvo en el mismo laboratorio una beca, contrato temporal y por fin contrato indefinido (cuando éste significaba algo más que ahora). El tesón le sirvió para ir con los años adquiriendo más responsabilidades hasta dirigir un grupo de 8 personas en el departamento de investigación.

Paralelamente en su vida personal se había casado, tenía tres hijos y vivía en un barrio cercano.

Mientras nos poníamos al día íbamos con los carros para la derecha y para la izquierda para dejar pasar a quienes ajenos a nuestra conversación y presencia nos atropellaban. Y es que a esa hora el tráfico era intensísimo, un sábado en Madrid. Eso sí seguíamos entre leches.

Teresa me dijo que la vida que me acababa de resumir era la de antes. ¿La de antes? Sí, la de antes de la crisis. Hace dos años el laboratorio fue absorbido por otro alemán y las cosas cambiaron mucho. Fueron despedidos la mayoría de los trabajadores con más de 40-45 años y se contrataron preferentemente a personas en los 30 con menos sueldo y menos derechos, bajo otro convenio, pero con cierta experiencia. También se abrió una convocatoria de becas para recién titulados en diversas especialidades y así estar dentro de la lista de empresas que crean trabajo en este sector tan castigado y también recibir alguna que otra subvención y exención de obligaciones fiscales sin olvidar alguna mención especial y premio por su sensibilidad especial hacía los jóvenes.

Total que Teresa, una persona formada, con experiencia, toda una profesional y que ahora es cuando más conocimiento podía aportar desde la vivencia que dan años y años de trabajo resulta que está en su casa arrinconada no sólo por una crisis afilada y dañina sino también por un nuevo sistema de producción y de prioridades globalizadas.  Así me lo decía ella misma y así lo sentía. Intentaba no dejar paso al fatalismo y a la nostalgia lomitándose a contar una realidad vivida en primera persona.

Con cierto pesar recordaba como se había perdido la infancia de sus hijos y las prisas y agobios que había pasado para criarlos. Cualquier contrariedad en la rutina del día a día se convertía en un problemón: un niño enfermo, una reunión del cole, un viaje de trabajo, una cuidadora que falla y otra que no llega a tiempo… Su marido muy bueno y buen padre pero todavía de una generación que no sabe de “conciliaciones auténticas”. Y todo ello sin mencionar casi en el trabajo  que tenías familia pues nadie quiere problemas personales y familiares en el ámbito laboral.

Con mucha gracia me contó como intentó decir que estaba embarazada del tercero sin que su jefe pusiera mala cara. Por supuesto no lo logró así que allí estuvo hasta el último día entre bacterias, virus, bichos…

Las dos pertenecemos a una generación educada en el “estudia, fórmate para tener tu trabajo y tu independencia”, en una responsabilidad excesiva, en que el esfuerzo y el tesón tienen su recompensa. Estábamos convencidas de que el trabajo del hogar y la familia era para ser compartido y que a todo no se podía llegar. El tiempo nos ha ido enseñando que las cosas no siempre son como nos dijeron y creímos y que lo mejor es estar educados para adaptarnos a lo que toca en cada momento y saber salir adelante no sólo económicamente sino también como personas. Porque la crisis se está llevando por delante empresas, trabajos, derechos, logros… y lo que es peor personas.

Ahora Teresa y después de un año intenso de cursos para “reorientar” su formación y otro año de repetirse todos los días “yo valgo y mucho” escucha día tras día el erre que erre de ser emprendedora y autónoma. “Y es que ahora encima hay que ser emprendedor y a eso no nos enseñaron”.  Pues habrá que aprender y tirar adelante como otras generaciones hicieron cuando también descubrieron que no siempre las cosas son como creemos y deseamos.

Allí entre leches lechadas, deslechadas o semideslechadas nos despedimos con los buenos deseos de vernos pronto y con mejores noticias. Ojalá que no pasen otros treinta años y si pasan que al menos nos sigamos reconociendo.

¿Os suena esta historia?


Laura Figueiredo

1 comentario:

  1. Laurita, me ha encantado tu articulo. Claro que me suena. Por desgracia, la vida para muchos está así. Nos encontramos personas preparadisimas que cuando llevan el curriculum a algún sitio lo primero que miran , y ya no siguen leyendo , es la edad, y en cuanto la ven......no se tiene en cuenta para nada su trayectoria profesional, su formación, y encima si eres mujer , su capacidad de llevarlo todo,TODO es TODO, para adelante. ¡¡Que pena!!!

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