Sí, entre leches
fue cuando hace unas semanas me encontré a una compañera de colegio, Teresa.
Sería mejor decir a una compañera de infancia y adolescencia pues fueron 14 los
años que compartimos en las mismas aulas con los mismos profesores, libros,
exámenes, recreos, juegos, regañinas, risas, castigos, carreras por los
pasillos, nervios, alegrías, logros y fracasos.
En el colegio nos
conocimos y allí nos despedimos sin poder imaginar que necesitaríamos treinta años para volver a vernos y además en
el pasillo de las leches de Mercadona, en el mismo barrio donde día tras día
habíamos cogido el autobús que nos llevaba y traía del colegio.
La primera alegría
fue poder reconocernos, acordarnos de nuestros nombres con apellidos y
ubicarnos perfectamente hasta en el sitio que ocupamos durante párvulos, EGB,
BUP y COU.
Lo último que supe
de Teresa es que había estudiado Farmacia. Era una niña de notas normales, con
un alto sentido de la responsabilidad y que sabía mucho de esfuerzo y
constancia. Me contó cómo logró meter cabeza en unos laboratorios como ayudante
de laboratorio y cómo superó la crisis de los primeros años de los 90 sin que
ésta dañara su carrera profesional. Empezó sin cobrar pero al menos aprendía y
adquiría conocimientos y experiencia para el currículum. Después obtuvo en el
mismo laboratorio una beca, contrato temporal y por fin contrato indefinido
(cuando éste significaba algo más que ahora). El tesón le sirvió para ir con
los años adquiriendo más responsabilidades hasta dirigir un grupo de 8 personas
en el departamento de investigación.
Mientras nos
poníamos al día íbamos con los carros para la derecha y para la izquierda para
dejar pasar a quienes ajenos a nuestra conversación y presencia nos
atropellaban. Y es que a esa hora el tráfico era intensísimo, un sábado en
Madrid. Eso sí seguíamos entre leches.
Teresa me dijo que
la vida que me acababa de resumir era la de antes. ¿La de antes? Sí, la de
antes de la crisis. Hace dos años el laboratorio fue absorbido por otro alemán
y las cosas cambiaron mucho. Fueron despedidos la mayoría de los trabajadores
con más de 40-45 años y se contrataron preferentemente a personas en los 30 con
menos sueldo y menos derechos, bajo otro convenio, pero con cierta experiencia.
También se abrió una convocatoria de becas para recién titulados en diversas
especialidades y así estar dentro de la lista de empresas que crean trabajo en
este sector tan castigado y también recibir alguna que otra subvención y exención
de obligaciones fiscales sin olvidar alguna mención especial y premio por su
sensibilidad especial hacía los jóvenes.
Total que Teresa,
una persona formada, con experiencia, toda una profesional y que ahora es
cuando más conocimiento podía aportar desde la vivencia que dan años y años de
trabajo resulta que está en su casa arrinconada no sólo por una crisis afilada
y dañina sino también por un nuevo sistema de producción y de prioridades
globalizadas. Así me lo decía ella misma
y así lo sentía. Intentaba no dejar paso al fatalismo y a la nostalgia
lomitándose a contar una realidad vivida en primera persona.
Con cierto pesar recordaba
como se había perdido la infancia de sus hijos y las prisas y agobios que había
pasado para criarlos. Cualquier contrariedad en la rutina del día a día se
convertía en un problemón: un niño enfermo, una reunión del cole, un viaje de
trabajo, una cuidadora que falla y otra que no llega a tiempo… Su marido muy
bueno y buen padre pero todavía de una generación que no sabe de
“conciliaciones auténticas”. Y todo ello sin mencionar casi en el trabajo que tenías familia pues nadie quiere problemas
personales y familiares en el ámbito laboral.
Con mucha gracia me
contó como intentó decir que estaba embarazada del tercero sin que su jefe pusiera
mala cara. Por supuesto no lo logró así que allí estuvo hasta el último día
entre bacterias, virus, bichos…
Las dos
pertenecemos a una generación educada en el “estudia, fórmate para tener tu
trabajo y tu independencia”, en una responsabilidad excesiva, en que el
esfuerzo y el tesón tienen su recompensa. Estábamos convencidas de que el
trabajo del hogar y la familia era para ser compartido y que a todo no se podía
llegar. El tiempo nos ha ido enseñando que las cosas no siempre son como nos
dijeron y creímos y que lo mejor es estar educados para adaptarnos a lo que
toca en cada momento y saber salir adelante no sólo económicamente sino también
como personas. Porque la crisis se está
llevando por delante empresas, trabajos, derechos, logros… y lo que es peor
personas.
Ahora Teresa y
después de un año intenso de cursos para “reorientar” su formación y otro año
de repetirse todos los días “yo valgo y mucho” escucha día tras día el erre que
erre de ser emprendedora y autónoma. “Y es que ahora encima hay que ser
emprendedor y a eso no nos enseñaron”. Pues
habrá que aprender y tirar adelante como otras generaciones hicieron cuando
también descubrieron que no siempre las cosas son como creemos y deseamos.
Allí entre leches
lechadas, deslechadas o semideslechadas nos despedimos con los buenos deseos de
vernos pronto y con mejores noticias. Ojalá que no pasen otros treinta años y
si pasan que al menos nos sigamos reconociendo.
¿Os suena esta
historia?
Laura Figueiredo
Laurita, me ha encantado tu articulo. Claro que me suena. Por desgracia, la vida para muchos está así. Nos encontramos personas preparadisimas que cuando llevan el curriculum a algún sitio lo primero que miran , y ya no siguen leyendo , es la edad, y en cuanto la ven......no se tiene en cuenta para nada su trayectoria profesional, su formación, y encima si eres mujer , su capacidad de llevarlo todo,TODO es TODO, para adelante. ¡¡Que pena!!!
ResponderEliminar